La teoría de los nuevos movimientos sociales. Entre la acción
instrumental y la identidad, entre lo estratégico y lo expresivo.
Los teóricos de la movilización de recursos comparten los
siguientes supuestos: 1) Se debe entender todo movimiento social según un
modelo de conflicto de la acción colectiva. 2) No hay diferencia básica entre
la acción colectiva institucional y la no institucional. 3) Ambas involucran
conflictos de intereses inherentes a las relaciones de poder
institucionalizadas. 4) La acción colectiva por parte de los grupos movilizados
implica la búsqueda racional de la satisfacción de sus intereses. 5) Los
objetivos y las reclamaciones son productos permanentes de las relaciones de
poder y no pueden servir de explicación para la formación de movimientos. 6)
Esto depende, por el contrario de los cambios de recursos, organización y
oportunidades de la acción colectiva. 7) El éxito se evidencia en
reconocimiento del grupo como actor político o en el aumento de beneficios
materiales. 8) La organización involucra organizaciones formales burocráticas
con objetivos específicos.
Así, esta aproximación se opone diametralmente a los modelos
tradicionales, los cuales conciben a los movimientos sociales como grupos
comprometidos con ideologías específicas y motivados por la conciencia de un
grupo de agravios para actuar unitariamente en pos de un cambio. Para el
paradigma de la movilización de recursos, la unidad de análisis no es el
movimiento social sino la acción colectiva entre grupos de intereses opuestos.
El análisis no se efectúa desde una acción que tiene una relación hermenéutica
con la ideología o la autoconciencia de los actores colectivos. En vez de eso,
torna una perspectiva más propia del organizador pragmático de un movimiento
involucrado en los imperativos de una movilización, por un lado, y la visión
general de un observador del ambiente político, por el otro. Organización y
racionalidad son, pues, los 'términos' característicos de este enfoque al
insistir en la racionalidad estratégico-instrumental de la acción colectiva y
en la orientación hacia intereses por parte de los actores colectivos. No es
accidental que tantos teóricos que han usado este paradigma hayan buscado una
respuesta al problema del "viajante gratis" (free rider) formulado
por Mancur Olson. Como se sabe Olson ha insistido en que sin incentivos
selectivos (posibles beneficios materiales individuales asociados a la
participación en la acción colectiva) el individuo racional no contribuirá con
recursos ni tiempo a la acción colectiva. Si se parte de la base de un cálculo
del interés del individuo sobre los costos o beneficios obtenidos de contribuir
a asegurar "bienes colectivos" (beneficios a disposición de todos los
miembros del grupo, hayan o no contribuido a la acción colectiva) lo más
racional para dicho individuo seria viajar
gratis a bordo del movimiento y dejar que otros miembros trabajen y se
sacrifiquen. En otras palabras, la acción colectiva se halla fuera del interés
personal racional de la persona común, aun si los intereses individuales y
grupales coinciden. Sin incentivos y limitaciones selectivos la acción
colectiva se torna imposible o irracional. La respuesta estándar ofrecida por
los teóricos de la movilización de recursos es que Olson yerra al asumir que
quienes son movilizados a la acción colectiva son individuos desorganizados
(modelo de "mercado") cuando, de hecho, ya están organizados en
grupos de solidaridad.
Los
teóricos de la movilización de recursos rechazaron el énfasis anterior sobre reclamos y agravios y el uso
de categorías psicologizantes (histeria colectiva, sugestión, etc.) característicos
del viejo enfoque de conducta colectiva. Más aún, organizaron un gran volumen
de evidencia empírica en contra de la noción de que los principales movimientos sociales eran individuos dispersos motivados por alguna tensión social. Desde el punto de
vista de los teóricos de la movilización de recursos, lo más significativo que demostraron fue que para movilizar una acción colectiva, se requerían formas organizativas y modos de comunicación que
sobrepasan ampliamente a los modos rudimentarios descritos por la tradición clásica.
Basándose en
economistas como Olson, científicos políticos
como Salisbury e historiadores
como Rudé, Hobsbowm, o Soboul, los
teóricos de la movilización de recursos enfatizan variables objetivas como organización, intereses,
oportunidades y estrategias,
con el objeto de explicar las
movilizaciones a gran escala. Estas
variables son vistas desde la perspectiva de
la lógica neo-utilitaria que se imputa
a los actores colectivos. El actor racional individual y grupal- que emplea el razonamiento
estratégico instrumental reemplaza a la muchedumbre como el
referente central del' análisis de acción colectiva.
La lógica utilitaria y puramente individualista de los enfoques
basados en actores puramente racionales da lugar desde el enfoque
organizacional–empresarial de McCarthy' y Zald hasta el modelo de conflicto
político de Tilly, Oberschall, Gamson y Tarrow. Estos restan importancia al
cálculo de intereses estrictamente individualista de Olson, al proponer grupos
solidarios con intereses colectivos como protagonistas de la acción colectiva. Pero,
a pesar de sus diferencias, todas las versiones de la movilización de recursos
analizan tal acción en función de la lógica de la interacción estratégica y de
los cálculos costo/beneficio.
EL PARADIGMA ORIENTADO HACIA IDENTIDAD
Como se muestra en el texto de Cohen, los teóricos europeos de las
NMSs han retomado la dimensión de integración en la acción colectiva contestataria.
Por otra parte, estos teóricos están conscientes de lo que es inadecuado en el
análisis marxista de los movimientos sociales, pese a que simpatizan con las
dimensiones del neomarxismo, que enfatiza la importancia de la conciencia, la
ideología, la lucha social y la solidaridad respecto a la acción colectiva;
estos "postmarxistas" argumentan que aquellas teorías que subrayan la
primacía de las contradicciones estructurales, las clases económicas y las
crisis en la determinación de una identidad colectiva, son inapropiadas para
los actores colectivos contemporáneos. También sostienen que no es posible
aplicar modelos neoutilitarios de actores racionales a aquellos actores
colectivos cuya interacción colectiva no se restringe a intercambios políticos,
negociaciones y/o cálculos estratégicos entre adversarios. Esto significa que
la lógica de la interacción colectiva implica algo más que la racionalidad
estratégica o Instrumental.
Pizzorno
apunta con razón que la lógica de intercambio que se basa en cálculos de costo
y beneficio no puede explicar la acción colectiva de los "nuevos
grupos" que buscan la identidad, la autonomía y el reconocimiento. Tal
intento es útil en el caso de intercambios individuales en el mercado, así como
en el de los modelos de regateo colectivo de intercambios negociados por
trabajadores y administradores para la regulación conjunta de términos
laborales. Pero el primer caso no incluye actores colectivos y el último
corresponde a grupos de la esfera de producción ya organizados y capacitados
para negociar respecto a demandas. Pero el proceso de formación de identidad
involucra demandas no negociables.
Pero es precisamente la
lógica de intercambio y negociación la que está ausente
en el caso
de los NMSs (ecologismo, pacifismo, feminismo, derechos civiles de minorías, juveniles
contraculturales, etc.) involucrados
en la creación de solidaridades e identidades, según Pizzorno, en este caso:
"El objetivo
real no
es negociable porque consiste
en la formación
del sujeto que ha de convertirse sucesivamente
en el actor dcl intercambio que
cargue
con las ganancias y
las pérdidas. Hay una
categoría de acción que
puede observarse
en
los
conflictos
Sociales,
la cual
solo se
puede
entender si se averigua en ellos,
no
qué ganancias y que pérdidas producirán para
los actores, sino si
producirán solidaridad o no. Son
acciones, que
connotan
un
proceso de
formación
de una identidad.”.
Aquí queda suspendida la ley de Olson, según la cual lo participación para la adquisición de bienes colectivos no es económica. La lógica de la formación de una
identidad colectiva involucra la participación
directa
de.los actores. La
representación social
y política se produce solo después del
reconocimiento de una identidad común por los participantes y por otros y de que
quede asegurada la solidaridad, del' grupo. Sin ello, la representación, por presuponer confianza, es imposible. Para que el
actor colectivo pueda calcular los
costos y beneficios de la acción colectiva y actúe estratégicamente su
identidad debe estar establecida.
El proceso de creación de identidad ocurre por medio de la interacción
colectiva misma, dentro y entre grupos. De hecho Pizzorno afirma
que una relación conflictual puede darse en ausencia de "reclamos verdaderos"
con
el propósito de
afianzar la existencia de un actor colectivo nuevo
o aún no reconocido.
Pízzorno identifica esta 1ógica de. la acción Colectiva como expresiva y
establece así
una
dicotomía simple
(demasiado simple) entre, por un
lado, actores sociales que están surgiendo en búsqueda de una identidad y reconocimiento, o "nuevos
movimientos sociales" para los cuales es apropiada
la acción expresiva de demandas universalistas
y no negociables y la participación directa, y por otro lado, actores colectivos ya
reconocidos (sindicatos, partidos) para los cuales la racionalidad
estratégico-instrumental,
la representación y las negociaciones son características.
Una vez que la nueva identidad colectiva ha
sido reconocida como parte de
un nuevo
sistema
ampliado
de representación la acción se traslada de lo expresivo a lo instrumental y la representación reemplaza las formas directas de participación.
Este modelo de identidad pura muestra que el énfasis sobre la dimensión
estratégica de la disputa contestataria colectiva soslaya características claves de la
lógica de la acción colectiva. Pero no
llega mucho más allá de las verdades obvias qué ya fueron articuladas por los conductistas colectivos. Estos han mantenido por
largo tiempo que
los movimientos sociales se .involucran (o se complacen) en formas expresivas de acción.
El texto de Reichmann y F. Buey retoma la evolución
de las orientaciones teóricas para el estudio de la acción colectiva y los MS y
retoma los planteamientos de lo que se ha dado en llamar teorías europeas de
los nuevos movimientos sociales (NMS). Se ha agrupado ocasionalmente a estos
investigadores europeos bajo la rúbrica de “teóricos de la identidad”, pero
entre ellos existen muy notables diferencias de perspectiva: no hay más que
asomarse comparativamente, por ejemplo, a Touraine (1978), Alberoni (1984),
Raschke (1985), Offe (1988) y Melucci (1989). En comparación con la escuela estadounidense
de ressource mobilization, acentúan más los factores de ideario y proyecto
histórico, de los MS como sujetos (o, más modestamente, actores) históricos, y
afirman que la aparición de los “nuevos” movimientos tiene que ver con
transformaciones fundamentales de las sociedades industriales avanzadas.
Muchos de estos sociólogos europeos subrayan que
los activistas de estos movimientos, y las líneas de conflicto social
(cleavages) en torno a las cuales se estructuran los movimientos, son
diferentes de los que había en los movimientos de la sociedad industrial
clásica: el término “nuevos movimientos sociales” apunta a una distinción clara
entre estos movimientos y los “viejos” e institucionalizados movimientos de la
clase obrera.
Voy a terminar discutiendo brevemente otros tres
enfoques de mucho interés. El primero de ellos (presentado a veces como un
subenfoque de la ressource mobilization: Cohen, 1985; Jenkins, 1989) es el que
a veces se denomina escuela “particularista” de los MS (Eyerman/Jamison, 1991,
25), y cuya figura más descollante es el sociólogo norteamericano Charles
Tilly. Este enfoque, histórico y sociopsicológico, se centra en las
motivaciones individuales que llevan a las personas a participar en los MS, y
realiza
meticulosos “estudios de caso” de movimientos (a
menudo concebidos como instrumentos para procesos de socialización política).
Tilly define la acción colectiva típica de los MS
en relación a la persecución de intereses comunes (Tilly, 1978), y le preocupa
fundamentalmente la efectividad de la toma de decisiones tácticas. Al describir
esta efectividad, Tilly discute los MS como entes que se mueven “de la
organización a la movilización” de recursos en torno a intereses compartidos y,
finalmente, a la realización de acciones efectivas dentro de estructuras de
oportunidad específicas. Dado que la oportunidad para la acción colectiva varía
con las circunstancias
históricas y culturales, Tilly añade la dimensión
del contexto histórico a su estudio de los MS.
En sus formas más extremas, este enfoque lleva a
negar la existencia de rasgos comunes en distintos MS, que se consideran como
fenómenos históricos particulares esencialmente no generalizables, y no
comprensibles más que a través de la experiencia personal de los agentes
interpretada a través de un arte de la “biografía colectiva”.
También el llamado enfoque de redes (network
approach) puede considerarse, en realidad, corno una especificación del enfoque
de movilización de recursos. Esta perspectiva afirma que los MS pueden
concebirse esencialmente como manifestaciones de redes socioespaciales
latentes, cuyo elemento aglutinador son sobre todo comunidades de valores. Para
estos estudiosos, la diferenciación social ha conducido en la sociedad
industrial avanzada a la formación de comunidades de valores con alta densidad
de interacción personal entre los integrantes. Las redes socioespaciales así
formadas subsisten durante largos períodos de tiempo y pueden activarse en una
coyuntura favorable a la movilización. Aldon Morris observó que la
preexistencia de redes sociales e instituciones es un requisito básico para el
desarrollo de un MS en su documentado estudio sobre el movimiento norteamericano
por los derechos civiles (Morris, 1984). Otros estudios han subrayado también
la importancia de esas redes socioespaciales latentes y capaces de activarse
corno estructuras de apoyo para una gran variedad de MS concretos, desde
movimientos estudiantiles a movimientos vecinales, desde movimientos
antipornografia a organizaciones terroristas (se hallará una visión de conjunto
de estas investigaciones en Klandermans, 1989).
Por último, tenemos el enfoque cognitivo
desarrollado por Ron Eyerman y Andrew Jamison en un libro (Eyeinian/Jamison,
1991) que combina la herencia de la teoría crítica desarrollada por la Escuela
de Francfort con la sociología del conocimiento de Max Scheler y Karl Mannheim.
Los dos sociólogos estadounidenses trasplantados a Suecia proponen “un
acercamiento cognitivo” a los MS: éstos son releídos como formas de actividad
mediante las cuales las personas crean nuevos tipos de identidades sociales,
como procesos de praxis cognitiva: “Ha de concebirse a los movimientos sociales
como espacios públicos
temporales, como momentos de creación colectiva que
proveen a las sociedades de ideas, identidades e incluso ideales”
(Eyerman/Jamison, 1991, 4).
Desde esta perspectiva, “la articulación colectiva
de una identidad de movimiento puede compararse a un proceso de aprendizaje
social en el cual las organizaciones del movimiento actúan como fuerzas
estructuradoras, abriendo un espacio donde la interacción creativa entre
individuos puede tener lugar” (pág. 55); después este espacio se amplía y “socializa”,
se transforma en un espacio público de articulación de intereses que puede
afectar a la totalidad de la sociedad. Los movimientos son productores de
conocimiento social: median en la transformación de conocimiento cotidiano en
conocimiento profesional, y suministran
nuevos contextos para la reinterpretación del
conocimiento profesional (pág. 52). Los dos autores ponen a prueba la fuerza
interpretativa de sus conceptos básicos praxis cognitiva e intelectual movimientista
en sugestivos análisis de movimientos sociales (tanto “nuevos” como “viejos”).